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.Por lo tanto, escojo reunirme con mis amigos y, si éstos lo son de verdad, entonces mehablarán de mi pasado y de dónde se halla mi ciudad.¿He elegido con sabiduría?- Habría preferido que me eligieras a mí.Pese a todo, has acabado decidiendo y unagota más se añade al remolino que nos acerca a la destrucción.Tu deseo será concedidotan pronto como sea posible.No llores pidiendo mi auxilio cuando te veas atrapado por lacorriente.Giró como disponiéndose a marcharse, y entonces vi que su espalda era una masaputrefacta en la que se retorcían los gusanos y las larvas.Contuve el aliento pero logréreunir el valor suficiente para decirle:- ¿Esperáis aterrorizarme, Doncella? Cada hombre que ha caminado detrás de unarado conoce ya lo que me habéis mostrado, y pese a ello todos seguimosbendiciéndoos.Y de nuevo volvió hacia mi su rostro sonriente.- Ten cuidado con Auge, mi media hermana, que le ha robado el sur a mi madre.Yconserva mi flor.vas a necesitarla.Y mientras pronunciaba estas palabras se fue hundiendo lentamente en el suelo hastadesaparecer.La habitación se oscureció de inmediato a pesar del fuego, y sentí que cien espectrosque habían sido expulsados de ella por su presencia volvían ahora rápidamente.Junto aMinos había un hombre desnudo con la cabeza de un toro que tenía la mano posadasobre el hombro de Minos: las llamas bailaban sobre su torso musculoso dando laimpresión de que se movía.Un instante después, sus pies golpearon el suelo como haceel buey en el pesebre.Subí corriendo los escalones aferrando la flor entre mis dedos y bajé con un fuertegolpe la losa.Estuve a punto de arrojar la flor a las llamas, pero sus pétalos azulesbrillaron a la luz del fuego y entonces vi que era solamente una flor silvestre reciénbrotada y cubierta de rocío.Me quité la diadema que había sustentado antes tantas floresy descubrí que todas se habían marchitado.La arrojé al fuego y guardé la flor en el últimodoblez del pergamino.Así obré, pues creo que quienes la bendecimos no deberíamos destruir ciegamente loque ella nos ha entregado.Ahora he escrito ya todo lo que recuerdo de este día.La mañana en que llegamos aeste lugar y nos encontramos con Poliomes se ha desvanecido ya tan irremisiblementecomo mi diadema de flores.He examinado el pergamino para ver si hablé con Píndaro,Hilaeira o Io en la posada pero no hay escrito sobre ello.Tampoco recuerdo el nombre dela posada ni dónde se encuentra.Desearía ir ahora mismo hasta allí y contarle a Píndarolo sucedido con la Doncella pero sin duda las puertas estarían cerradas aunque lograraencontrarla.He escrito con letra muy pequeña, al igual que lo hago siempre, paraaprovechar al máximo este pergamino.Ahora me escuecen los ojos y cuando intento leerlo que dice a la luz del fuego empiezan a saltarme las lágrimas; casi la mitad delpergamino está ya cubierta por las líneas grisáceas de mi escritura.Esta noche noescribiré nada mas.Tercera parte20 - En mi habitaciónHe decidido escribir de nuevo en la casa de Kaleos.Acabo de leer todo lo que habíaescrito en el pergamino, pero no sé si es cierto y ni siquiera el tiempo transcurrido desdeque lo escribí.Lo he leído porque al sacar esta mañana un chitón limpio del arca vi elpergamino y pensé que si alguna vez necesitaba escribir algo podría utilizarlo.Primeroescribiré quién soy, pues creo que todo esto sólo dice quién era.Soy Latro, al que Kaleos llama su esclavo.También hay aquí una esclava, Io, pero esdemasiado joven para hacer labores pesadas.En la casa viven igualmente Lalos, elcocinero, y otro cocinero cuyo nombre he olvidado, pero ellos no son esclavos: esta nocheKaleos les pagó y se fueron a sus hogares.En la casa viven muchas mujeres, pero creoque tampoco son esclavas y no hacen ningún trabajo, limitándose a darles la bienvenida alos hombres que vienen a tenderse en los divanes y a comer y beber con ellas.Antes deque vinieran los hombres algunas de ellas estuvieron burlándose de mí, pero me di cuentade que no deseaban hacerme nada malo.Kaleos les pagó esta mañana, después decomer.Cuando las demás se hubieron ido al mercado, una de ellas habló conmigo.- Esta noche iré a la ciudad, Latro.¿No es maravilloso? - me dijo -.Si deseas venirconmigo, se lo pediré a Kaleos y te dejará hacerlo.Sabía que mi nombre era Latro porque ésa y algunas otras cosas están escritas en lapuerta de la habitación donde me hallo.Le pregunté por qué razón debería querer visitarla ciudad.- No lo recuerdas, ¿verdad? Lo has olvidado, ciertamente.Sacudí la cabeza confuso.- Ojalá Píndaro no se hubiera marchado a su hogar dejándote aquí - alegó ella conexpresión triste -
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