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.Lo mismo dijo el ama: tal era la gana que las dos tenían de la muerte deaquellos inocentes; mas el cura no vino en ello sin primero leer siquiera lostítulos.Y el primero que maese Nicolás le dio en las manos fue Los cuatro deAmadís de Gaula, y dijo el cura:-Parece cosa de misterio ésta; porque, según he oído decir, este libro fue elprimero de caballerías que se imprimió en España, y todos los demás han tomadoprincipio y origen déste; y así, me parece que, como a dogmatizador de una sectatan mala, le debemos, sin escusa alguna, condenar al fuego.-No, señor -dijo el barbero-, que también he oído decir que es el mejor de todoslos libros que de este género se han compuesto; y así, como a único en su arte,se debe perdonar.-Así es verdad -dijo el cura-, y por esa razón se le otorga la vida por ahora.Veamos esotro que está junto a él.-Es -dijo el barbero- las Sergas de Esplandián, hijo legítimo de Amadís deGaula.-Pues, en verdad -dijo el cura- que no le ha de valer al hijo la bondad delpadre.Tomad, señora ama: abrid esa ventana y echadle al corral, y dé principioal montón de la hoguera que se ha de hacer.Hízolo así el ama con mucho contento, y el bueno de Esplandián fue volando alcorral, esperando con toda paciencia el fuego que le amenazaba.-Adelante -dijo el cura.-Este que viene -dijo el barbero- es Amadís de Grecia; y aun todos los destelado, a lo que creo, son del mesmo linaje de Amadís.-Pues vayan todos al corral -dijo el cura-; que, a trueco de quemar a la reinaPintiquiniestra, y al pastor Darinel, y a sus églogas, y a las endiabladas yrevueltas razones de su autor, quemaré con ellos al padre que me engendró, sianduviera en figura de caballero andante.28-De ese parecer soy yo -dijo el barbero.-Y aun yo -añadió la sobrina.-Pues así es -dijo el ama-, vengan, y al corral con ellos.Diéronselos, que eran muchos, y ella ahorró la escalera y dio con ellos por laventana abajo.-¿Quién es ese tonel? -dijo el cura.-Éste es -respondió el barbero- Don Olivante de Laura.-El autor de ese libro -dijo el cura- fue el mesmo que compuso a Jardín deflores; y en verdad que no sepa determinar cuál de los dos libros es másverdadero, o, por decir mejor, menos mentiroso; sólo sé decir que éste irá alcorral por disparatado y arrogante.-Éste que se sigue es Florimorte de Hircania -dijo el barbero.-¿Ahí está el señor Florimorte? -replicó el cura-.Pues a fe que ha de pararpresto en el corral, a pesar de su estraño nacimiento y sonadas aventuras; queno da lugar a otra cosa la dureza y sequedad de su estilo.Al corral con él ycon esotro, señora ama.-Que me place, señor mío -respondía ella; y con mucha alegría ejecutaba lo quele era mandado.-Éste es El Caballero Platir -dijo el barbero.-Antiguo libro es éste -dijo el cura-, y no hallo en él cosa que merezca venia.Acompañe a los demás sin réplica.Y así fue hecho.Abrióse otro libro y vieron que tenía por título El Caballerode la Cruz.-Por nombre tan santo como este libro tiene, se podía perdonar su ignorancia;mas también se suele decir: "tras la cruz está el diablo"; vaya al fuego.Tomando el barbero otro libro, dijo:-Éste es Espejo de caballerías.-Ya conozco a su merced -dijo el cura-.Ahí anda el señor Reinaldos de Montalbáncon sus amigos y compañeros, más ladrones que Caco, y los doce Pares, con elverdadero historiador Turpín; y en verdad que estoy por condenarlos no más que adestierro perpetuo, siquiera porque tienen parte de la invención del famosoMateo Boyardo, de donde también tejió su tela el cristiano poeta LudovicoAriosto; al cual, si aquí le hallo, y que habla en otra lengua que la suya, nole guardaré respeto alguno; pero si habla en su idioma, le pondré sobre micabeza.-Pues yo le tengo en italiano -dijo el barbero-, mas no le entiendo.-Ni aun fuera bien que vos le entendiérades -respondió el cura-, y aquí leperdonáramos al señor capitán que no le hubiera traído a España y hecho29castellano; que le quitó mucho de su natural valor, y lo mesmo harán todosaquellos que los libros de verso quisieren volver en otra lengua: que, por muchocuidado que pongan y habilidad que muestren, jamás llegarán al punto que ellostienen en su primer nacimiento.Digo, en efeto, que este libro, y todos los quese hallaren que tratan destas cosas de Francia, se echen y depositen en un pozoseco, hasta que con más acuerdo se vea lo que se ha de hacer dellos, ecetuando aun Bernardo del Carpio que anda por ahí y a otro llamado Roncesvalles; queéstos, en llegando a mis manos, han de estar en las del ama, y dellas en las delfuego, sin remisión alguna.Todo lo confirmó el barbero, y lo tuvo por bien y por cosa muy acertada, porentender que era el cura tan buen cristiano y tan amigo de la verdad, que nodiría otra cosa por todas las del mundo.Y, abriendo otro libro, vio que eraPalmerín de Oliva, y junto a él estaba otro que se llamaba Palmerín deIngalaterra; lo cual visto por el licenciado, dijo:-Esa oliva se haga luego rajas y se queme, que aun no queden della las cenizas;y esa palma de Ingalaterra se guarde y se conserve como a cosa única, y se hagapara ello otra caja como la que halló Alejandro en los despojos de Dario, que ladiputó para guardar en ella las obras del poeta Homero.Este libro, señorcompadre, tiene autoridad por dos cosas: la una, porque él por sí es muy bueno,y la otra, porque es fama que le compuso un discreto rey de Portugal.Todas lasaventuras del castillo de Miraguarda son bonísimas y de grande artificio; lasrazones, cortesanas y claras, que guardan y miran el decoro del que habla conmucha propriedad y entendimiento.Digo, pues, salvo vuestro buen parecer, señormaese Nicolás, que éste y Amadís de Gaula queden libres del fuego, y todos losdemás, sin hacer más cala y cata, perezcan.-No, señor compadre -replicó el barbero-; que éste que aquí tengo es el afamadoDon Belianís.-Pues ése -replicó el cura-, con la segunda, tercera y cuarta parte, tienennecesidad de un poco de ruibarbo para purgar la demasiada cólera suya, y esmenester quitarles todo aquello del castillo de la Fama y otras impertinenciasde más importancia, para lo cual se les da término ultramarino, y como seenmendaren, así se usará con ellos de misericordia o de justicia; y en tanto,tenedlos vos, compadre, en vuestra casa, mas no los dejéis leer a ninguno.-Que me place -respondió el barbero.Y, sin querer cansarse más en leer libros de caballerías, mandó al ama quetomase todos los grandes y diese con ellos en el corral.No se dijo a tonta ni asorda, sino a quien tenía más gana de quemallos que de echar una tela, porgrande y delgada que fuera; y, asiendo casi ocho de una vez, los arrojó por laventana.Por tomar muchos juntos, se le cayó uno a los pies del barbero, que letomó gana de ver de quién era, y vio que decía: Historia del famoso caballeroTirante el Blanco.-¡Válame Dios! -dijo el cura, dando una gran voz-
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