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.Receb� el dinero ylas se�ales, y, dando cuenta desto al se�or don Juan de Avenda�o,nos pusimos en camino desta ciudad.A estas razones llegaba don Diego, cuando oyeron que en la puertade la calle dec�an a grandes voces:-D�ganle a Tom�s Pedro, el mozo de la cebada, cómo llevan a suamigo el Asturiano preso; que acuda a la c�rcel, que all� le espera.A la voz de c�rcel y de preso, dijo el Corregidor que entrase elpreso y el alguacil que le llevaba.Dijeron al alguacil que elCorregidor, que estaba all�, le mandaba entrar con el preso; y as� lohubo de hacer.Ven�a el Asturiano todos los dientes ba�ados en sangre, y muymalparado y muy bien asido del alguacil; y, as� como entró en lasala, conoció a su padre y al de Avenda�o.Turbóse, y, por no serconocido, con un pa�o, como que se limpiaba la sangre, se cubrióel rostro.Preguntó el Corregidor que qu� hab�a hecho aquel mozo,que tan malparado le llevaban.Respondió el alguacil que aquelmozo era un aguador que le llamaban el Asturiano, a quien losmuchachos por las calles dec�an: "�Daca la cola, Asturiano: daca lacola!"; y luego, en breves palabras, contó la causa porque le ped�anla tal cola, de que no riyeron poco todos.Dijo m�s: que, saliendopor la puente de Alc�ntara, d�ndole los muchachos priesa con lademanda de la cola, se hab�a apeado del asno, y, dando tras todos,alcanzó a uno, a quien dejaba medio muerto a palos; y que,queri�ndole prender, se hab�a resistido, y que por eso iba tanmalparado.Mandó el Corregidor que se descubriese el rostro; y, porfiando a noquerer descubrirse, llegó el alguacil y quitóle el pa�uelo, y al puntole conoció su padre, y dijo todo alterado:-Hijo don Diego, �cómo est�s desta manera? �Qu� traje es �ste?�A�n no se te han olvidado tus picard�as?Hincó las rodillas Carriazo y fuese a poner a los pies de su padre,que, con l�grimas en los ojos, le tuvo abrazado un buen espacio. 53Don Juan de Avenda�o, como sab�a que don Diego hab�a venidocon don Tom�s, su hijo, preguntóle por �l, a lo cual respondió quedon Tom�s de Avenda�o era el mozo que daba cebada y paja enaquella posada.Con esto que el Asturiano dijo se acabó deapoderar la admiración en todos los presentes, y mandó e[l]Corregidor al hu�sped que trujese all� al mozo de la cebada.-Yo creo que no est� en casa -respondió el hu�[s]ped-, pero yo lebuscar�.Y as�, fue a buscalle.Preguntó don Diego a Carriazo que qu� transformaciones eranaqu�llas, y qu� les hab�a movido a ser �l aguador y don Tom�smozo de mesón.A lo cual respondió Carriazo que no pod�asatisfacer a aquellas preguntas tan en p�blico; que �l responder�a asolas.Estaba Tom�s Pedro escondido en su aposento, para ver desdeall�, sin ser visto, lo que hac�an su padre y el de Carriazo.Ten�alesuspenso [l]a venida del Corregidor y el alboroto que en toda lacasa andaba.No faltó quien le dijese al hu�sped como estaba all�escondido; subió por �l, y m�s por fuerza que por grado le hizobajar; y aun no bajara si el mismo Corregidor no saliera al patio y lellamara por su nombre, diciendo:-Baje vuesa merced, se�or pariente, que aqu� no le aguardan ososni leones.Bajó Tom�s, y, con los ojos bajos y sumisión grande, se hincó derodillas ante su padre, el cual le abrazó con grand�simo contento, afuer del que tuvo el padre del Hijo Pródigo cuando le cobró deperdido.Ya en esto hab�a venido un coche del Corregidor, para volver en �l,pues la gran fiesta no permit�a volver a caballo.Hizo llamar aCostanza, y, tom�ndola de la mano, se la presentó a su padre,diciendo:-Recebid, se�or don Diego, esta prenda y estimalda por la m�s ricaque acert�rades a desear.Y vos, hermosa doncella, besad la manoa vuestro padre y dad gracias a Dios, que con tan honrado sucesoha enmedado, subido y mejorado la bajeza de vuestro estado. 54Costanza, que no sab�a ni imaginaba lo que le hab�a acontecido,toda turbada y temblando, no supo hacer otra cosa que hincarse derodillas ante su padre; y, tom�ndole las manos, se las comenzó abesar tiernamente, ba��ndoselas con infinitas l�grimas que por sushermos�simos ojos derramaba.En tanto que esto pasaba, hab�a persuadido el Corregidor a suprimo don Juan que se [v]iniesen todos con �l a su casa; y, aunquedon Juan lo rehusaba, fueron tantas las persuasiones delCorregidor, que lo hubo de conceder; y as�, entraron en el cochetodos.Pero, cuando dijo el Corregidor a Costanza que entrasetambi�n en el coche, se le anubló el corazón, y ella y la hu�spedase asieron una a otra y comenzaron a hacer tan amargo llanto, quequebraba los corazones de cuantos le escuchaban.Dec�a lahu�speda:-�Cómo es esto, hija de mi corazón, que te vas y me dejas? �Cómotienes �nimo de dejar a esta madre, que con tanto amor te hacriado?Costanza lloraba y la respond�a con no menos tiernas palabras.Pero el Corregidor, enternecido, mandó que asimismo la hu�spedaentrase en el coche, y que no se apartase de su hija, pues por tal laten�a, hasta que saliese de Toledo [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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