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.Mareada y aturdida, había enterrado la cabeza contra su cuello por un instante, intentando recordar dónde estaba.—¿Qué ha pasado? —había susurrado.Habían llegado a un ascensor.Jace pulsó el botón y Clary escuchó el traqueteo que significaba que el aparato descendía hacia ellos.Pero ¿dónde estaban?—Te has quedado inconsciente —dijo él.—Pero ¿cómo.? —Entonces recordó y se quedó en silencio.Las manos de él sobre ella, la punzada de la estela en la piel, la oleada de oscuridad que se había apoderado de ella.Algo erróneo en la runa que le había dibujado, su aspecto y su sensación.Permaneció sin moverse en sus brazos por un momento y dijo a continuación:—Déjame en el suelo.Así lo hizo él y se quedaron mirando.Los separaba un espacio mínimo.Podría haber alargado el brazo para tocarlo, pero por primera vez desde que lo conocía no deseaba hacerlo.Tenía la terrible sensación de estar mirando a un desconocido.Parecía Jace, y sonaba como Jace cuando hablaba, y lo había sentido como Jace mientras la llevaba en brazos.Pero sus ojos eran extraños y distantes, igual que la sonrisa que esbozaba su boca.Se abrieron las puertas del ascensor detrás de él.Clary recordó una ocasión en la nave del Instituto, diciéndole «Te quiero» a la puerta cerrada del ascensor.Pero ahora, detrás de él se abría un vacío, negro como la entrada de una cueva.Buscó la estela en el bolsillo; había desaparecido.—Has sido tú quien me ha hecho perder el sentido —dijo—.Con una runa.Me has traído aquí.¿Por qué?El bello rostro de Jace permanecía completamente inexpresivo.—Tuve que hacerlo.No me quedaba otra elección.Clary se volvió y echó a correr hacia la puerta, pero Jace fue más rápido.Siempre lo había sido.Se colocó delante de ella, bloqueándole el paso, y extendió los brazos.—No corras, Clary —dijo—.Por favor.Hazlo por mí.Lo miró con incredulidad.La voz era la misma; sonaba igual que Jace, pero no como si fuera él, sino como una grabación, pensó Clary; los tonos y las modulaciones de su voz estaban allí, pero la vida que la animaba había desaparecido.¿Cómo no se había dado cuenta antes? Le había parecido remoto y lo había achacado al estrés y al dolor, pero no.Era que Jace se había ido.El estómago le dio un vuelco y se volvió de nuevo hacia la puerta, pero Jace la atrapó por la cintura y la obligó a volverse hacia él.Lo empujó, sus dedos atrapados en el tejido de su camisa, rasgándola.Se quedó helada, mirándolo.En su pecho, justo encima del corazón, había dibujada una runa.Una runa que nunca había visto.Y que no era negra, como las runas de los cazadores de sombras, sino rojo oscuro, del color de la sangre.Y carecía de la delicada elegancia de las runas del Libro Gris.Era como un garabato, fea, sus líneas eran angulosas y crueles, más que curvilíneas y generosas.Era como si Jace no viese la runa.Se observó a sí mismo, como si estuviera preguntándose qué estaría mirando ella, y a continuación levantó la vista, perplejo.—No pasa nada.No me has hecho daño.—Esa runa.—empezó a decir ella, pero se interrumpió, en seco.Tal vez él no supiera que la tenía ahí—.Suéltame, Jace —dijo entonces, apartándose—.No tienes que hacer esto.—Te equivocas —dijo él, y volvió a cogerla.Esta vez, Clary no forcejeó.¿Qué pasaría si conseguía escaparse? No podía dejarlo allí.Jace seguía ahí, pensó, atrapado en algún lugar detrás de aquellos ojos inexpresivos, tal vez gritando y pidiéndole socorro.Tenía que quedarse con él.Enterarse de qué sucedía.Dejó que la cogiera y la llevara hacia el ascensor.—Los Hermanos Silenciosos se percatarán de tu ausencia —le dijo, mientras los botones del ascensor iban iluminándose de planta en planta a medida que ascendían—.Alertarán a la Clave.Vendrán a buscarte.—No tengo por qué temer a los Hermanos.No estaba allí en calidad de prisionero; no esperaban que quisiera marcharme.No se darán cuenta de que me he ido hasta mañana, cuando se despierten.—¿Y si se despiertan más temprano?—Oh —dijo, con fría certidumbre—.No se darán cuenta.Es mucho más probable que los asistentes a la fiesta de la Fundición se den cuenta de tu ausencia
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