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.No te culparíamos lo más mínimo.Xeke guardó silencio.Susurro la miró inquisitiva.Cuando Cassie volvió a contemplar lo alto de la colina humeante, aún pudo ver Blackwell Hall.—Va a volver —dijo Xeke.—¡Cállate! —gritó Via—.¡No puedes influir en su decisión!Xeke la ignoró.—Claro, Cassie, está muy bien que te hayas ofrecido a ayudarnos consiguiéndonos huesos y todo eso.Pero tú también quieres algo de nosotros, y sabemos lo que es.Cassie volvió hacia él la mirada.Ni siquiera lo había asumido ante sí misma de manera consciente., pero sabía que Xeke estaba en lo cierto.»Quieres que te ayudemos a encontrar a tu hermana —dijo Xeke.—Te gustaría encontrarla y decirle que lo sientes, ¿verdad? —adivinó Via.Cassie bajó la mirada.—Sí.—Entonces esta es tu oportunidad, Cassie —añadió Xeke.No le llevó mucho aclarar sus ideas.Tocó el relicario.—Vayamos —dijo, y de nuevo todos comenzaron a descender la colina.* * 06.02 * *` —¡Salida inmediata por vía 4! —resonó una voz por una especie de megáfono de sonido metálico—.¡Embarquen ahora para conexión directa con el parque Pogromo, la estación Pilatos y la plaza Edward Kelly!Unas enervantes campanas tintinearon en medio del vapor con olor a óxido.Cassie corrió en pos de sus compañeros mientras atravesaban la estación de ferrocarril al aire libre, construida al pie de la larga colina.Parecía haber surgido de la nada con sus andenes de hierro enrejado y sus cubiertas sostenidas por columnas.Un letrero que colgaba en lo alto, medio borrado, decía:`«TERMINAL TIBERIO(SECTOR EXTERIOR SUR)».`Cassie no dispuso de tiempo para fijarse en los detalles, pero no vio a nadie más esperando en el andén.El tren en sí parecía de principios del siglo XX: viejos vagones de madera para los pasajeros, arrastrados por una locomotora de vapor.La máquina llevaba detrás un elevado ténder de carbón, pero era obvio que los trozos de combustible de color amarillo desvaído no eran carbón.Un hombre estaba de pie en lo alto del ténder y con una pala los metía en una tolva.Al principio parecía normal: llevaba puesto un mono de trabajo y una gorra de tela, como cabría esperar.Se detuvo un instante para quitarse el sudor de la frente y fue entonces cuando lanzó una mirada en dirección a Cassie.Al hombre le faltaba la mandíbula inferior, como si se la hubieran arrancado.Solo tenía la hilera superior de dientes y debajo la lengua, que colgaba de la garganta abierta.—¡Todos a bordo!—¡Deprisa! —urgió Xeke.El trote se transformó en galope.Susurro tiraba de Cassie con desesperación.El tren comenzó a avanzar traqueteando, con explosivas bocanadas que brotaban de las chimeneas delanteras de la locomotora.El humo olía fatal.Se introdujeron por la puerta abierta justo a tiempo: la hoja se cerró instantes después de que Cassie metiera el pie.Un segundo más y se lo habría amputado.—Tratemos de encontrar una cabina —dijo Xeke mientras los guiaba por el pasillo.A cada lado se alineaban unas puertas correderas de madera, con amplios paneles de vidrio.Xeke miró dentro de la primera, frunció el ceño y dijo:»No.—En el compartimento se sentaba un hombre cuyo rostro estaba deformado por enormes tumores como patatas.Cassie no podía asegurarlo, pero le pareció que los tumores tenían ojos y que uno de ellos le hacía un guiño.»De ningún modo, abuelita —expresó Xeke respecto a la siguiente cabina, en la que se sentaba una anciana completamente desnuda, con su correosa piel colgando en dobleces y la vagina prolapsa.Las cataratas velaban sus ojos y babeaba con la boca abierta.Parecía que los puntos rojos de su vieja piel se movían., hasta que Cassie se dio cuenta de que eran ácaros.—Fumar resulta tan glamouroso.—comentó Via.Un impulso morboso impulsó a Cassie a seguir mirando a través del cristal.Las manos de la vieja temblaban mientras se metía con torpeza dos pellizcos de tabaco crudo en las fosas nasales.Los encendió con una cerilla y comenzó a inhalar.«¡Argh, qué asqueroso!», pensó Cassie.En otro compartimento solo se atrevió a echar un vistazo.Un demonio menudo con la ropa hecha jirones y la piel de escamas amarillas meaba indolente en una esquina.Pero su pene, parecido a una raíz, tenía dos coronas del tamaño de ciruelas y la orina era una mezcla humeante de sangre y minúsculos gusanos.—Y espera a verlo cagar —comentó Xeke con ligereza.—¡Estoy a punto de vomitar! —replicó Cassie, furiosa—
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