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.Al noveno día de haber abandonado las canoas, cuando, según mis cálculos, llevábamos recorridas unas ciento veinte millas, empezamos a emerger de entre los árboles, que se habían ido haciendo cada vez más pequeños hasta convertirse en meros arbustos.Su lugar había sido ocupado por una inmensa multitud de bambúes, que crecían tan tupidos que sólo pudimos atravesarlos abriendo un sendero con los machetes y las hoces de los indios.Atravesar este obstáculo nos exigió todo un día, caminando desde las siete de la ma-ñana hasta las ocho de la noche, con sólo dos descansos de una hora cada uno.No es posible imaginar nada tan monótono y agotador, porque hasta en los lugares más despejados no podía ver más allá de diez o doce yardas, en tanto lo más usual era que mi visión estuviese limitada a la parte posterior de la chaqueta de al-godón de lord John, que marchaba delante de mí, y al muro amarillo que nos flanqueaba por ambos lados, a un solo pie de distancia.Desde lo alto nos llegaba un rayo de sol delgado como la hoja de un cuchillo, y a quince pies por encima de nuestras cabezas se veían los extremos de las cañas de bambú balanceándose contra el profundo cielo azul.No sé qué clase de animales habitan semejante espesura, pero en varias ocasiones oímos los chapuzones de animales corpulentos y pesados, muy cerca de nosotros.Lord John pensa-ba, guiándose por el ruido que hacían, que debía tratarse de alguna clase de ganado salvaje.En el momentoen que caía la noche, emergimos de aquella zona de bambúes y en el acto montamos nuestro campamento, exhaustos después de aquel día interminable.A la mañana siguiente, muy temprano, estábamos de nuevo en pie, advirtiendo que el carácter de la comarca había cambiado otra vez.Detrás de nosotros estaba la pared de bambú, tan limpia como si señalase el curso de un río.Al frente se desplegaba una llanura abierta, que ascendía en suave pendiente; estaba sembrada de bosquecillos de helechos que brotaban dispersos.Todo este terreno se curvaba delante de nosotros hasta que terminaba en una colina alargada y en forma de lomo de ballena.La alcanzamos hacia el mediodía, sólo para descubrir que debajo había un valle no muy profundo que ascendía de nuevo con suave inclinación hasta llegar a una línea de horizonte baja y redondeada.Allí, mientras cruzábamos la primera de estas colinas, ocurrió un incidente que podía carecer de importancia pero que quizá la tenía.El profesor Challenger, que marchaba a la vanguardia de los expedicionarios junto con los dos indios de la región, se detuvo súbitamente y apuntó muy excitado hacia la derecha.Entonces vimos, a distancia de una milla más o menos, algo que parecía ser un enorme pájaro gris que con lentos aleteos se alzaba del suelo deslizándose suavemente, volando muy bajo y en linea recta hasta desaparecer entre los helechos.––¿Lo ha visto usted? ––gritó Challenger alborozado––.Summerlee, ¿lo ha visto usted?Su colega estaba mirando fijamente hacia el lugar en que aquel ser había desaparecido.––¿Y qué pretende usted que es? ––preguntó.––Según mi mejor opinión, es un pterodáctilo.Summerlee estalló en una risa burlona y dijo:––¡Un pterodisparate20! Era una grulla, si es que he visto alguna.20.Summerlee hace un juego de palabras intraducible, con ptero, fiddle (‘violín’, pero también ‘enredo’) y stick, ‘palo’ y ‘arco’.Challenger estaba demasiado furioso para hablar.Simplemente se echó su carga a la espalda y se puso de nuevo en camino.Sin embargo, lord John se puso a caminar a mi paso y su rostro estaba más serio que de costumbre.Tenía sus gemelos Zeiss en la mano.––Lo enfoqué antes que traspasase los árboles ––dijo––.No quiero comprometerme a decir qué era eso, pero arriesgaría mi reputación de deportista a que nunca le puse los ojos encima a un pájaro como ése.Así quedaron las cosas.¿Nos hallamos realmente al borde de lo desconocido, frente a los guardianes exteriores del mundo perdido de que hablaba nuestro jefe? Le describo el incidente tal como ocurrió y así sabrá usted tanto como yo.Él no se repitió y no vimos ninguna otra cosa que merezca destacarse.Y ahora, lectores míos (si alguna vez he tenido alguno), los he traído a ustedes aguas arriba por el ancho río, y a través de la pantalla de juncos; les he hecho bajar por el túnel de verdor y subir por la larga pendiente sembrada de palmeras; cruzamos el matorral de bambúes y la llanura de helechos.Al fin, nuestro lugar de destino se nos aparece a plena vista.Una vez que cruzamos la segunda serranía, vimos ante nosotros una llanura irregular, sembrada de palmeras, y, más allá, la línea de altos riscos rojizos que había visto en el dibujo.Ahí está, la veo mientras esto escribo, y no cabe dudar de que es la misma.Se halla, en su punto más próximo, a unas siete millas de nuestro campamento actual, y se va alejando en curva, extendiéndose hasta donde alcanza mi vista.Challenger se contonea como un pavo real de exposición y Summerlee está silencioso pero aún escéptico.Un día más y acabarán algunas de nuestras dudas.Entretanto, como José, cuyo brazo había sido traspasado por un trozo de bambú, insiste en regresar, le encomiendo esta carta y sólo espero que finalmente llegue a manos de su destinatario.Volveré a escribir cuando la ocasión sea propicia.Incluyo en este envío un tosco mapa de nuestro viaje, que puede facilitar quizá la comprensión del relato.9.¿Quién podía haberlo previsto?Algo terrible nos ha ocurrido.¿Quién podía haberlo previsto? Yo no puedo prever ningún fin a nuestras dificultades.Puede ser que estemos condenados a pasar toda nuestra vida en este lugar extraño e inaccesible
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